estaba prolongando en exceso su estancia en aquel balneario que era como el preludio de su propio país. Ya habían comenzado las clases en la Escuela de Arquitectura de Bucarest y, a través de sus familiares, le notificaron que tenía que regresar urgentemente. Jano lo veía abstraído aquellas últimas mañanas; se pasaba las horas tumbado en una de las hamacas del porche -ahora apresuradamente acristalado- mientras hojeaba algunos libros de Arte. Algo parecía bullir en su cerebro; algo más que aquella