Pero el pequeño hotel albergaba todavía a un grupo de gentes extrañas; un grupo de personas que quizá no tenían un hogar al que regresar o que --como Jano-- no tenían prisa en cambiar de país. Era el mismo grupo de gentes que cada noche se reunían en el salón, al calor de los chisporroteos de la chimenea para fumar, charlar o leer. Eran gentes que habían venido al balneario más por el aislamiento y la paz del lugar que por la cura