pero la otra posibilidad era pelear, de mala fe y como un insensato. Por cierto, después de mi llegada en el Packard (ya me veía como el sheik a caballo, seguro de raptar a la heroína), me retiraba echado por ella y por el marido (peor aún: echado paternalmente por el marido). El desenlace era doloroso para la vanidad, pero no veía cómo encontrar una solución mejor.