me y entregados con júbilo a la práctica del esquí en laderas del Pan de Azúcar, no pudo ocultar su desaliento. El tiro de gracia le llegó en un misterioso despacho telegráfico, fechado en La Habana, donde el intenso frío habría producido espontáneamente renos, de menor tamaño que los canadienses. Nuestro campeón comprendió entonces que toda lucha era inútil y renunció a la radio. Alguien, que lo había seguido siempre desde el anonimato de la audiencia multitudinaria, se enteró de que