primer día sólo me queda el recuerdo del amplio zaguán, oscuro y enlosado, la escalera de piedra y tu voz derramada desde arriba, cada vez más nítida e intensa a medida que yo ascendía con lentitud. Recuerdo que, no deseando romper aquel encanto, esperé arriba, al lado de la puerta cerrada; esperé a que el aria de Otelo fuera desfalleciéndose y empapando con su honda melancolía las paredes y los techos de aquel tenebroso caserón levantado en el centro histórico de