Había deseado soñar y lo consiguió. Quiso que el sueño decidiera por él y ahora sólo le faltaba interpretarlo. El sueño le había endulzado el ánimo y, al mismo tiempo, se lo había sobrecogido. No podía apartar de su mente la maravillosa música que se fundía con las flores y los ángeles. Tampoco podía olvidar los relámpagos grises y los fogonazos con sabor a ceniza de la Danza Macabra, así como los chirridos rotos y escalofriantes de Shostakóvich. Pero nada le