en el vestíbulo, allí donde una cartela mural proclama: Casa de la Alegría. Reír es Vivir. La directora empieza a despedirse. Andrea, aunque deprimida, agradece admirada el prudente silencio de su suegro. Ignora que se debe a la paralizante intensidad del asombro. Desde que entró, el viejo se pregunta si todo aquello existe de verdad, si tales ejemplares son humanos. Ni siquiera como milaneses logra explicárselos. No ha logrado reaccionar y por eso calla. Sólo