se en un sillón, pero debía estar siempre tranquilito, sin moverse demasiado. Miguel se apresuró a aceptar las condiciones y, al hacerlo, adoptó una actitud tan sumisa que ni en el médico ni en la abuela pudo infundir sospecha alguna. Para romper solemnemente la promesa y dedicarse a explorar la Zona Deshabitada decidió esperar hasta la tarde del domingo. Sabía que entonces tanto el abuelo como la abuela tendrían que ausentarse. El único peligro iba a ser Carmina