bajó del coche y estuvo unos instantes contemplandola. Volvieron al centro de la ciudad, entraron corriendo en la estación y alcanzó el tren cuando arrancaba. La belleza de un río, que se deslizaba paralelamente a las vías, le infundió tranquilidad. A pesar de la breve y melancólica visita a la casa donde murió su mujer, no iba a desanimarse. Por fin se reuniría con Dorotea. Desde hacía tiempo no llamaba a su hija por el nombre. Cambió de trenes