nuy separados», decía el viejo profesor encargado de cuidarlos. Luego él se sentaba en su trono, abría un libro, se tapaba la frente con la mano derecha y se hundía en la lectura. Al poco tiempo se dormía. Primero se le veía luchar por mantener en alto la cabeza, que se doblaba al fin, dulcemente vencida. Un latigazo de consciencia le hacía erguirse. Regresaba desde muy lejos y posaba su mirada sobre los muchachos dispersos en la
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DORMIR.1 - (Hacer) Entrar en un estado de reposo y suspensión de la conciencia