déjalo ya, pero Miguel no estaba dispuesto a que las cosas quedaran así y, sonriendo maliciosamente, insistió: --Qué más da, no se va a enterar nunca. Además, tú lo has dicho alguna vez, no se merece que nos preocupemos por él, después de lo mal que se portó con la abuela... Onésima le miró con seriedad mientras servía la cocacola, pero no dijo nada. --Hoy es mi cumpleaños --prosiguió Miguel-- y no me apetece