grande. La abuela, cuando le vio entrar, lanzó un grito agudo, se ocultó bajo las sábanas y empezó a llorar en un acceso de histeria, gritando confusamente: «¡No le dejéis entrar! ¡Me va a pegar, me va a pegar!». Mercedes, con insospechado rigor, le ordenó salir inmediatamente de la habitación, y ella misma fue quien descolgó el retrato y se lo entregó con brusquedad. Mientras Onésima lo contaba, Miguel pensaba que