de que la carne estaba muy dura, tenía un nervio que no podía tragar, y Onésima, complaciente, le dio permiso para escupirla en el retrete. El niño corrió a obedecer y, mientras tiraba de la cadena, murmuró: «¡Te odiaré hasta la muerte! ¡Te odiaré hasta la muerte!». Tenía los músculos en tensión, cerrados los puños. El niño y el profesor pasaron una tarde con el abuelo viendo un partido de tenis