preparar bocadillos. Desde el dormitorio se la oía proferir oscuros juramentos. Sólo cuando se enfadaba se le notaba tanto el acento andaluz. Un cuarto de hora después volvió con la bandeja de la merienda y ninguno de los dos se había movido en ese tiempo. Se sentó junto a Miguel, le arregló el flequillo con la mano, le dijo que no quería verlo castigado. Sólo entonces empezó Miguel a llorar y Carmina, muy cariñosa, le tomó la mano y le