--Ya no tengo edad para estos trotes. Aturdido por los golpes, asfixiado, empapado y con los pelos refritos tuve aún la santa paciencia de cargar a María Pandora y de gritarle al vejete: --¡Sigame, so pelmazo, que nos va la vida en ello! Todo el mundo, por fortuna, parecía haberse olvidado de nosotros. La alarma había cundido por el edificio entero y los bomberos habían hecho acto de presencia, inundando las dependencias a