A veces, cuando su madre lavaba a la abuela, Miguel las observaba desde el pasillo. Mercedes la trataba con dulzura, le susurraba palabras cariñosas al oído mientras la desnudaba o la limpiaba de los excrementos que se habían ido acumulando durante horas. Frotaba suavemente con la esponja los pliegues amarillentos de aquel cuerpo monstruoso y hurgaba en su vientre sucio o en sus pechos viejos. Varias zonas de la piel de la abuela estaban ulceradas por el permanente contacto de las sábanas, y