terrenos, por la alegría de renegar --concluyó-- de cuantas reglas nos obliguen a ser gentes de bien. --Y los aplausos de la pareja atronaron con ciego estrépito y risas ofuscadas. ¿O no había sido así? Le costaba recordar aquella escena de la que, como de otras, sólo guardaba retazos y sensaciones mal mezcladas, como las Noctuelles y los Oiseaux Tristes de Ravel, escuchadas siempre, cual la fijeza de un hechizo, a la vuelta de toda noche