hombre corpulento, de cara rasurada, de piel muy seca, rojiza, oscura, como curtida por muchas intemperies. Alguien comparó su vozarrón, propio de un sargento acostumbrado a mandar, con un clarín que desconocía el miedo. Inútil negarlo, ante el coronel Rossi me encontré siempre en situación falsa. Le profesaba un vivo afecto. Lo tenía por un viejo pintoresco, valiente, una reliquia de los tiempos en que no había criollos cobardes. (Advierta el lector: