una promesa de historias fantásticas y caprichos satisfechos; una alegre compensación a las austeridades de los padres. Los regalos de la abuela eran verdaderos regalos porque no significaban premio ni aliento ni solicitaban compromisos. Eran graciosas confesiones que la abuela justificaba murmurando: «Eres mi único nieto...» Mamá lo sentiría. O no tanto. Pocas veces iba a verla, hablaba poco de ella. Estaba claro que la abuela ya no era necesaria, pero de todos modos era triste que