La negación de David le devolvió a un tiempo en que los dos soñaban con París. Inexplicablemente había vuelto a olvidarse de Annick. Negar a Francia era negar a Annick. La amargura le quemaba la boca, pero no podía gritar. Tenía que seguir entero, controlado, tranquilo. --¿Podrías pedir que me hicieran un café? --suplicó. Y mientras Genoveva se dirigía al timbre, Julián vio que la noche lo ocupaba todo. Las cortinas estaban descorridas,