que el suyo señalaba las cinco en punto. No sin vacilaciones fui hasta la cama y levanté la almohada. El maletín seguía allí, pero la cerradura había sido forzada. Lo abrí y lo hallé vacío. Revolví la habitación, enrollé la alfombra y arranqué el papel de las paredes, pero el dinero, como cabía esperar, no apareció. Se trataba, en efecto, de un robo y no de una de esas quedadas a las que tan aficionados son los capitalinos