a la vista y eso le hizo gracia, pensó que acaso, de todos, aquél era el mayor acto de desidia; había llegado a beber el caldo directamente del cacillo de calentar y apenas masticaba otra cosa que sandwiches y bocadillos ayudandose con una servilleta de papel. Estaba atravesando una mala racha. Pero a qué darle vueltas. Mejor era aferrarse a su memoria en esos casos. Cuando viajaba en autobús, bien en fechas señaladas o, más comúnmente,