y extranjeros venidos a admirar un popurrí de Carlomagno, San Luis, Napoleón, Juana de Arco, María Antonieta, el Delfín, Julio Iglesias, Richelieu y Mrs. Thatcher, se interna inmediatamente en el laberinto de escaleras y pasajes y avanza con paso resuelto -de asiduo visitante a los lugares- hacia uno de los nichos o huecos en donde, junto a Chénier condenado a muerte y el niño Mozart tocando el piano, aguarda, hierático, su dios favorito. Ajeno a