cena. Tenía que frotarse para borrar las huellas del sudoroso trance, del contacto amargo con la mujer que le ayudara en la torpe embestida de su virilidad... La puerta estaba abierta. El corazón le golpeaba en el pecho cuando gritó: --¡Mamá! Esperó un momento antes de entrar. Luego, del cuarto del padre le llegó un rumor de palabras en voz baja y echó a correr pasillo adelante. Desde el umbral pudo ver al médico que hablaba con la