las galerías adyacentes en una ruidosa y abigarrada sucursal de Karachi o Tizi Uzú. Verlo para creerlo: mientras esa gente se infiltra en los hoteles y viviendas, ocupa la calzada con sus carritos atestados de cajas y carga o descarga mercancías frente a los pequeños, pero florecientes negocios de géneros de punto, peletería o confección, ellos, los aborígenes, se sienten cada día un poco más perdidos y extraños en la vasta e incontenible marea. Pronto seremos nosotros los extranjeros