bidé. Habían dejado junto a ti un impreso con sus advertencias e instrucciones: debías moverte con precaución para evitar la explosión de la carga adherida al pecho, impedir cualquier manipulación de la misma, aprovechar las veinticuatro horas que te concedían para redactar tu autocrítica, la historia completa de tus vicios e inclinaciones reales, tus fantasías y debilidades, tus peccata minuta; todo, rigurosamente todo, había de ser consignado en el papel: cualquier tentativa de falseamiento estaba condenada al fracaso