permanecía sentado ante el piano con los brazos severamente cruzados. Su rechazo absoluto había sido escenificado en un recital de canto de la Salle Gaveau: ante la sorpresa, pasmo, estupor, consternación y furia del público, el músico había interpretado diecisiete minutos de estricto silencio, sin inmutarse por las protestas y gritos, el pataleo de la sala, la increíble barahúnda de los melómanos retrepados en sus asientos, los puños amenazadores, la deserción de un vasto sector de la concurrencia hacia