derecha y se hundía en la lectura. Al poco tiempo se dormía. Primero se le veía luchar por mantener en alto la cabeza, que se doblaba al fin, dulcemente vencida. Un latigazo de consciencia le hacía erguirse. Regresaba desde muy lejos y posaba su mirada sobre los muchachos dispersos en la sala, inclinados sobre su trabajo, callados y serios. Luego volvía al sueño. Entonces empezaba la silenciosa fiesta. Cada uno representaba un número de mimo para regocijo del