habían ido retirando después de la cena. Primero María, con un soñoliento «Buenas noches». Luego Rafael: «Estoy muerto --repetía--; ha sido un día...», y por último el pequeño, que había regresado a su hermetismo una vez pronunciada la inesperada frase, ante la cual la madre y los hermanos fijaron en él su atención y su callado reproche. «Éramos alegres porque éramos jóvenes», se limitó a decir Julián, y buscó los