es la de Brunettino. Se detiene ante ella un instante; justo el necesario para que estalle en la casa el grito. Un grito, sí; violentísimo, aunque sofocada la voz: -¡Calla! ¡Calla o te aplasto! «No sería capaz», piensa el viejo, pero le basta el grito de Renato para exultar de júbilo, porque el súbito silencio de la mujer y el choque de su cuerpo cayendo sobre la cama la declaran sometida. Tan