Cuando Juana me hablaba de aquella manera, con su voz persuasiva y con todo su cuerpo y su rostro en tensión, mostrandome una intensidad que me contagiaba y que daba vida a las fantasías que iba creando, fueran cuales fueran, en mí no surgía la más leve duda sobre lo que ella quería hacerme creer. Pero después, cuando desaparecía en la lejanía y yo me retiraba sola de la cancela, otro fantasma, el de la sensatez, me atrapaba,