se olfatean, empalman con desenvoltura festiva, intentan copular sin éxito, cagan profusamente para consolarse. Chiquillos y niñas juegan a rayuela, pasean sus muñecas, se deslizan por los toboganes, se columpian, hacen castillos de arena, acuden de vez en cuando a acusarse mutuamente y lloran junto a sus madres. El hombre de gafas, sombrero y gabardina que les observa arrobado ofrece un aspecto a primera vista inofensivo y nadie parece reparar en él. Mientras su vecino de