podía resistir. Salí de mi habitación dispuesta a pedir ayuda a Santiago. El pasillo estaba iluminado por un resplandor que venía del extremo contrario. El dormitorio de Bene tenía la puerta abierta y la luz encendida. Me acerqué lentamente, controlando cada uno de mis pasos para no hacer ningún ruido. En aquel tiempo había aprendido a moverme por la casa como lo haría un auténtico fantasma. Avancé como una autómata, incapaz de retroceder, hacia la luz que Bene tenía encendida