asientan aquí --pensaba Julián--; aquí han sido colocados, dispuestos, para llenar espacios vacíos... Pero sólo son testigos duraderos, testigos indiferentes a la dicha o la amargura que contemplan cada día.» Los chicos se habían ido retirando después de la cena. Primero María, con un soñoliento «Buenas noches». Luego Rafael: «Estoy muerto --repetía--; ha sido un día...», y por último el pequeño, que había regresado a su hermetismo