perdidos en distancias inalcanzables no era su abuelo. Este hombre era mucho más viejo, casi decrépito, y su rostro, como el de ciertos inválidos, ofrecía un gesto indudable de derrota. Además, el abuelo era altísimo y no andaba encogido ni frotandose con las paredes ni se llevaba con movimiento fugaz una mano a los labios, como si los tuviera húmedos e intentara secarlos. Tampoco el abuelo habría salido a la calle en zapatillas, como aquel hombre, ni