las la cintura de Mario que volvía un poco la cabeza para hablarle. Subieron a un taxi, el tráfico del centro los metió en su lenta serpiente. -No entiendo, viejo -le dijo Roberto a Lucho-, te juro que no entiendo nada. -A quién se lo dices, compañero. -Nunca estuvo más claro que esta mañana, todo saltaba a la vista porque de vista se trata, ese inútil disimulo de Sandro que se acuerda tarde de