Cuando Anunziata se marcha, Andrea se viste su bata y se dispone a trabajar, aprovechando que el niño duerme. Pero está visto que es un día con problemas, porque llaman a la puerta. Se levanta y acude para que no repitan el timbrazo. Un joven desconocido, de atractiva sonrisa. Andrea, instintivamente, cierra más sobre su pecho la bata cruzada, sujeta sólo por el cinturón. -¿El señor Roncone? -pregunta una voz agradable. -Está