con ella en el pasillo; ¡es tan pequeño ese cuerpecín! Llega hasta su cuarto y esconde el pelele del niño en otro hueco de su cabecera. Por las noches se adiestrará en abrochar y desabrochar los botoncitos que días atrás derrotaron a sus manos. Pues aunque son de hombre, ¡ay de quien lo dude!, él las hará también manos de mujer para Brunettino. Las ráfagas de viento alpino estremecen de frío a los pobres árboles ciudadanos, con sus troncos