besos, con la carne y los gritos...! ¡Y tocando, tocando!... Mira, niño mío, yo abrazaba al Lambrino igual que me achuchaba mi madre; yo aprendí a pegar según me pegaban, ¡y me pegaron bien!... » Sonríe, evocando otro aprendizaje: « Y luego acaricié como me acariciaban y ¡tuve buenas maestras! También tú acabarás acariciando, de eso me encargo yo. » La manita que escarba en su pelo le hace daño