oyó decir al marido que aquel trapo olía a cabra. «¡Ya quisiera esa desgraciada oler tan fuerte a vida como huelen las cabras! » Recuperado su orinal, el viejo se sienta en la cama y sufre la tentación de liar un cigarrillo, para calmar a la Rusca, que esta mañana anda alborotada y parece quejarse de que el viejo consiga ir dejando de fumar. Ha sacado ya el papel cuando le salva el llanto del niño. Olvidando a la bicha