mil que previamente me había guardado en el bolsillo. --Si viene alguien preguntando por el piso --le dije--, no diga usted que hemos estado aquí. Asintió gravemente el portero mientras se guardaba el billete en el calcetín y abandonamos la Emilia y yo el edificio con el vivo deseo compartido de no tenerlo que volver a visitar jamás. Cuando por fin nos vimos en el coche y éste empezó a rodar, juzgué llegado el momento de darle a la Emilia