del aeropuerto de Madrid ciertos apremios, volví a sentirme seguro de mí mismo y dispuesto a llevar a buen término el cometido que me habían confiado. Así de aprisa me recuperé de los estragos del viaje, aunque no me hayan abandonado hasta el día de hoy los espasmos ni la náusea ni el alarido que siempre se me escapa cuando por la televisión pasan un anuncio de Iberia. Pero, ¿a quién no le sucede otro tanto? Y aprovecharé esta digresión para tratar