cada uno tiene su bebida propia, su propio veneno cuidadosamente seleccionado a lo largo de pruebas múltiples que nos llevan a la conclusión de que hay uno predilecto, no mejor que otro ni siquiera menos dañino, pero si uno que nos produce exactamente la exaltación que perseguimos. Él había elegido el whisky, lo cual no implicaba renuncia a las demás bebidas, pero sí una larga entrega a la favorita, una prolongada convivencia compatible con infidelidades de un día. David tenía en la