, nunca más. Venían de uno en uno, Iban pasando, se deslizaban entre las dobles cortinas que cerraban el paso a los extraños, al final del mostrador. «Conspiradores, eso parecen --se decía David, que aún conservaba en un rincón de la memoria las imágenes frescas de la película del domingo--. Conspiradores amenazados por espías.» Cuando el mancebo cerraba la farmacia y daba las buenas noches, el padre aprovechaba y le ordenaba: --Tú, David