su aliento y con el palpitar de su corazoncito; en el suelo, espalda contra la pared, el viejo se abre a esa presencia como un árbol a las primeras lluvias: con ellas germina su larga memoria de hombre, se despliega su pasado como una semilla vertiginosa y una fronda de recuerdos y vivencias extiende un invisible dosel protector sobre la cuna. Los minutos, como toc-toc de lanzadera, entretejen al viejo con el niño en el telar de la vida. El recinto