, el viejo recorre esa celda con la mirada. Cortinillas tapando la ventana; una mesita con una lámpara, una estampa confusa con algo como pájaros; una silla... Nada le dice nada, pero no se sorprende. Mentalmente se encoge de hombros: No siendo allá abajo, ¿qué más le da? El diváncama se resiste a ser desplegado. El hijo forcejea y el viejo no sabe ayudarle, ni quiere tampoco relacionarse con semejante máquina, tan contraria a