lase, arrugadísimo, entre las piernas y seguramente oliendo a orines. Y descalza, claro, como era de esperarse. --¿Qué no entienden? Me tienen harta. Se les aventó encima. Las niñas se desbandaron, la esquivaban entre gritos. Laura, fuera de sí, alcanzó a la del pelo largo y delgado y con una mano férrea prendida a su brazo la condujo de regreso a la casa y la obligó a subir la escalera. --¡