la barandilla y me agarré a un cable que discurría por la fachada del edificio. Temí que fuera el cable del pararrayos y escudriñé el cielo en pos de negros nubarrones, pero sólo vi ese manto azul que en las mañanas claras recubre nuestra bienamada ciudad y el mar contiguo. La calle estaba bastante concurrida y no era cosa de llamar la atención, así que me introduje por el balcón del principal en lo que resultó ser una academia de corte y confección. Una señora