Una tarde le dije: "tía..." a la hora del té. Una luz difusa entraba, se derretía blanda por la recámara. Era una hora propicia. La tía Veronique tenía su mirada perdida, borrosa, como que regresaba de quién sabe dónde y su voz era la voz de todos los regresos. --Tía, me quiero casar. (Le expliqué, insegura y nerviosa. Nunca he tenido la certeza de nada.) --Bueno, tú sabrás.