Mónica, come por favor. El tono era imperioso. El líquido, ya frío, pasó con trabajo por la garganta de la joven y después de tres o cuatro cucharadas recobró el ritmo de las cenas pasadas. Qué fácil es comer, pensó, qué fácil cuando, a ocho cuadras apenas, hay un moridero de niños. El comedor, con su Boldini iluminado y sus grabados de Swebach, sus lámparas de cristal y sus vitrinas, todos esos objetos dulces y